Hay algo aún más triste que escuchar a alguien decir orgulloso que no lee nunca, los libros electrónicos. Mis rayos fulminantes se dirigen con ira hacía cualquier persona que porta uno de esos aparatos. Verles en el metro supone un daño estético superior al de los pantalones negros con calcetines blancos y los tangas asomando por encima del pantalón. Al paredón.
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