An Education, el primer guión original para el cine del gran Nick Horby, guarda sus mejores bazas en la sencillez de su historia y en un reparto ajustadísimo. Una feel good movie y un relato de iniciación que se ha convertido en la película británica del año y que tiene su mejor as en la interpretación de Carey Mulligan.
Coinciden la cartelera (y en las nominaciones al oscar) tres películas que de forma muy diferente abordan la educación y sus consecuencias. A otra obra maestra de Michel Haneke, La Cinta Blanca y la sobrevalorada Precious se ha sumado esta semana la británica An Education. En la cinta de Haneke, el austriaco advierte como una educación represiva e ideológica conlleva consecuencias extremas e impredecibles. En Precious, Lee Daniels ofrece una perspectiva muy simple en la que el desarrollo personal de la protagonista pasa por aprender a leer y escribir. De An Education, a pesar de su sencillez formal y argumental, se extraen interesantes reflexiones acerca del proceso educativo, tanto el académico como el personal.
An Education está ambientada en la Inglaterra gris de finales de los 50 (antes de los Beatles, como dice la publicidad). Cuenta la historia de Jenny, una excelente estudiante de casi 17 años que a punto de entrar a estudiar en Oxford conoce a David un treintañero que la deslumbra, sacándola de la rutina. Un nuevo mundo se abre ante ella y se debate entre la educación y el hedonismo. La película muestra el proceso de apertura al mundo de Jenny. David la lleva a Paris, a conciertos de jazz, a cenar a restaurantes, le hace vestir con trajes caros, la lleva a subastas de arte, todo lo que siempre ha soñado conseguir, pero por la vía rápida, sin esforzarse en conseguirlo por sí misma. En este trayecto Jenny descubre que nuestros conocimientos no se adquieren sólo en un aula y gracias al esfuerzo sino también gracias a la experiencia personal y social.
Jenny entre discos y libros, fuente de sabiduría
Es en este aspecto donde se encuentra lo más interesante de An Education, en cómo se forman los seres que somos gracias a las experiencias que vamos acumulando, tanto en la escuela y en la universidad como en el día a día, en el contacto con el mundo exterior y por decisiones propias. Jenny lee a Camus y Sartre, escucha música francesa y le gustan los pintores prerrafaelitas. Probablemente nadie en el colegio le ha hablado de eso y es su experiencia fuera del colegio la que le ha llevado hasta eso, algo que la enriquece mucho más como persona, que la hace diferente de las otras chicas con el mismo uniforme.
Mientras veía An Education pasaron por mi cabeza los momentos, personas, lugares y hechos fortuitos que me llevaron a leer algunos libros, escuchar otros discos, ver aquella película o la exposición esa que estaba tan bien. Esos momentos, personas, lugares y hechos fortuitos los recordaré siempre… las clases de matemáticas nunca y las de la universidad aún menos. Lo primero me define como persona, lo segundo no. Entre ambos tipos de educación se debate Jenny cuando le dice a la directora de su colegio que ahora los jóvenes no sólo necesitan que les eduquen sino también saber para qué.
El colegio, otra fuente de educación
La historia de Jenny y David y el nuevo mundo que se ha creado la joven, se desmorona como un castillo de naipes cuando descubre que David no ha sido del todo sincero con ella. La decisión final entre seguir con él o entrar en Oxford es mucho menos interesante que el trayecto previo. Una resolución, la de que con los errores también se aprende, correcta y tópica, pero permisible gracias a una estupenda línea de guión “Me siento más mayor pero no más madura”. A lo largo del trayecto de la historia, Jenny evoluciona como se espera de ella aunque realmente acaba como un nuevo lienzo en blanco, listo para sumar más experiencias a la mochila que lleva a sus espaldas, en una educación que no ha hecho más que empezar.
La película, que está dirigida por Lone Scherfig (Italiano para Principiantes, Wilbur se quiere suicidar), es ágil y formal en su puesta en escena, sin mostrar nunca soluciones especialmente brillantes ni unos diálogos especialmente intensos. La protagonista Carey Mulligan (vista en la última adaptación de Orgullo y Prejuicio) es la mejor baza de la cinta, posee una inmensa naturalidad, una interpretación llena de matices y expresividad. Ha acumulado premios por medio mundo y podría dar la sorpresa el próximo lunes llevándose un oscar que sería un reconocimiento muy justo. El resto del reparto está igualmente notable, compuesto por Peter Sarsgaard, Alfred Molina, Olivia Williams, Cara Seymour, Rosamund Pike (hermana de Mulligan en Orgullo y Prejuicio) y una fugaz Emma Thompsom.
Una película agradable y correcta de la que se podía haber esperado más. 6
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