sábado, 26 de diciembre de 2009

DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS

Al final ha resultado ser un bluff tremendo. Las expectativas estaban altas y el resultado final no ha acompañado. Donde viven los Monstruos ha acabado siendo como ese guiso que huele muy bien pero que tras probarlo resulta falto de sal. No obstante, esto es sólo una opinión personal.




Largamente esperada, el tercer largo de Spike Jonze tenía sobre el papel todas las papeletas para convertirse en una de las grandes películas de 2009. Los primeros trailers aparecidos en la primavera dejaron con la boca abierta y contando los días para un estreno programado en otoño de cara a la temporada de premios. Basado en el célebre (en EEUU) cuento ilustrado de Maurice Sendak, que contaba con unas escasas laminas dibujadas y apenas 9 frases, la adaptación de Spike Jonze y su guionista carga la simple y tierna historia de Sendak de un matiz pretencioso que arruina por completo la posibilidad de emocionarse con una película que lo tenía todo para ello.

Las cintas de Pixar, esa fábrica de sueños que cada año se pone un techo más alto casi sin inmutarse, han demostrado la posibilidad de hacer un cine familiar de altísimo contenido artístico. Un cine que entusiasme a los pequeños, divierta a los mayores, proponga reflexiones sobre la vida y sobre el cine y deslumbre técnicamente. En resumen CINE en mayúsculas. Donde viven los Monstruos no ha aprendido mucho de estos y se queda en tierra de nadie. Cierto es que como bien dice Spike Jonze, esto no es una película infantil, sino sobre la infancia, pero será difícil que esta película consiga interesar a un niño mientras que produce sopor y pereza en los adultos. Eso es algo impensable para una historia que intenta hacerte conectar con el niño que has sido.

La película comienza magistralmente. Muy pocas pinceladas bastan para explicar el carácter ensoñador, rebelde y sensible de Max. Estupendas resultan la escena del flirteo de su madre con su nueva pareja, ajena a su hijo o la destrucción del iglú que ha construido Max a manos de los amigos de su hermana mayor. Poco después llega la gran diferencia respecto al cuento original, en este, la madre reprende a Max y le manda a su habitación sin cenar hasta el día siguiente. Allí construye un fuerte y un mundo imaginario, aquel en el que viven los monstruos. En la película, cuando su madre le reprende y le llama monstruo, Max salé corriendo a la calle hasta llegar a ese mundo imaginario. La diferencia no es banal, en el cuento es la imaginación de Max la creadora de ese mundo imaginario. Por el contrario en la película el mundo al que llega Max está ahí fuera. Lo lógico sería pensar que ese mundo al que llega Max, frágil e impredecible, lleno de monstruos de carácter inestable sólo puede ser creado como proyección psíquica de los miedos y temores de un niño que vive en un hogar gris. Al encontrar ese mundo fuera de su hogar, se deja la puerta abierta a interpretarlo como una proyección de ese mundo exterior en el que Max no acaba de encajar, que le ataca o para el que no es suficiente maduro. Esta segunda posibilidad me gusta bastante menos.



No cabe ninguna duda de la calidad del apabullante diseño de producción de la película. Las criaturas creadas por Jim Henson, los escenarios melancólicos de una naturaleza agreste y hostil tomados casi siempre al amanecer o al atardecer, como en un duermevela de pesadilla o la estupenda banda sonora de una Karen O, cada vez menos creíble como rockstar. Pero por el camino se pierde el dotar a la película de un ritmo adecuado, poco después de que Max llegue a la isla de los monstruos ya no hay mucho más interés por su historia y las tramas entre los monstruos no acaban en ningún momento de llegar a ningún lugar. El sopor se adueña de una cinta tocada por la pretenciosidad que ni conmueve, ni produce interés por su personaje central.

El estilo de la película entronca con el trabajo anterior de Spike Jonze. La cámara nerviosa y en mano y la creación de mundos imaginarios y duales del protagonista ya estaban en la génesis de Cómo ser John Malkovich (1999) y Adaptation. El Ladrón de Orquídeas. (2002), y no cuesta mucho ver en Max a un futuro perdedor, egocéntrico, inseguro y apegado a unos ideales que no le valdrán mucho en el mundo real tal y como los personajes de John Cusack y Nicolas Cage en las dos cintas previas. Por otro lado, Donde Viven los Monstruos, vuelve a señalar a Spike Jonze como uno de los cineastas actuales más interesados por aprovechar los avances tecnológicos para contar una historia (sea del volumen que sea). Ya en sus videoclips utilizaba presupuestos mínimos para integrar algo revolucionario en una historia, con resultados muchas veces sorprendentes. Esto vuelve a aparecer en Donde viven los monstruos, que mezcla indistintamente, planos digitales, enormes disfraces, animatronics con un resultado asombroso. Esta es una producción que a pesar de su presupuesto elevado mantiene su pátina de cine independiente. Warner Bross le otorgó a Spike Jonze el director´s cut, algo extraño actualmente. Por lo tanto, él es el único responsable final de una película brillante en algunos momentos pero coja narrativamente, con baches y agujeros en los que perfectamente podrían vivir unos monstruos.

1 comentario:

Butacademusica dijo...

La vi ayer y la verdad me decepcionó un poco. Quizá porque las expectitivas eran demasiado altas ....